Tengo la suerte de vivir en lo que es a mis ojos una de las regiones más hermosas de Israel: el norte del país, más precisamente la zona de Galilea.
A unos cinco minutos en coche de mi casa se encuentra la pequeña localidad de Tarshiha, lugar que nunca me canso de visitar y admirar.
Prometo dedicar una de mis próximas publicaciones a este antiguo, pintoresco, multicultural y multifacético pueblo.
Esta vez quiero poner mi foco en uno de los puestos del “Shuk” (mercado) en el que se convierte como por arte de magia una de sus principales calles cada sábado, y al que suelo ir para comprar hortalizas frescas, de cultivo biológico y recién cosechadas.
Lo que diferencia a este puesto de los demás, por lo menos desde mi perspectiva, es la personalidad de su dueño, la variedad de verduras que ofrece y la pluralidad étnica de los clientes que llegan precisamente a este mostrador para encontrar productos que difícilmente pueden hallar en otros lugares.
El dueño del puesto, Samer, es un hombre amable, de ojos honestos y bondadosos de treinta y siete años, casado y padre de tres hijos, que realmente ama lo que hace y ello se nota en su colorido puesto de mercado.
Siente pasión por la agricultura, a la que se ha dedicado toda su vida, así como la mayoría de su familia, por incontables generaciones.
Si bien de joven pensó en estudiar alguna otra carrera, siempre lo pospuso para algún futuro que, hasta hoy, no ha llegado.
Sincerándose conmigo, me dijo que siente que su ocupación es muy valiosa, porque extrae de la tierra comida sana y buena para las personas y, además, le encanta el reto de hacer crecer en estas tierras productos que nunca han crecido aquí, a partir de semillas o solo ideas que les aportan sus clientes llegados desde otras tierras y culturas, llenos de añoranza a gustos y aromas de la infancia que no podrían encontrar en este país sin la dedicación, los conocimientos y el profesionalismo de Samer.
Samer es oriundo de Shfaram, también parte de Galilea, donde él mismo y la mayoría de sus familiares viven y cultivan las tierras heredades de sus antepasados en las cercanías de dicha ciudad. Unos mil quinientos dunams de tierra que adquirió el padre de su abuelo fueron distribuidas entre sus descendientes.
Entre ellas hay un gran olivar y otras tierras de cultivo.
Casi todo lo que ofrece Samer a la venta es producto de su propio huerto.
El resto proviene de otros cultivadores como él, que se aseguran de no fumigar ni realizar ningún tipo de ingeniería genética.
Entre los productos a los que debe su fama y popularidad puedo incluir el melón amargo, conocido también como caigua amarga, cundeamor chino o balsamina, un fruto parecido a un pepino de piel granosa (ver foto)…
que es muy popular en las regiones tropicales y subtropicales de Asia, África y el Caribe por su fruta comestible; quince especies diferentes de pimientos, incluyendo algunos que encienden una hoguera en el paladar con solo probarlos, en su mayoría desconocidos en Israel.
Las más variadas especies de calabazas y zapallitos; una variedad de quimbombó, conocido también como bamia, gombo y candia; todo tipo de lechugas, espinacas y especias exóticas; y mucho, mucho más.
Hoy en día su pequeño puesto de mercado se ha ganado mucha popularidad entre las diferentes entidades étnicas que conviven en Israel.
Judíos, musulmanes, drusos, cristianos y demás pertenencias religiosas y étnicas de todo el mundo, tanto nacidos en estas tierras como llegados desde distantes lugares allende el mar, incluyendo Filipinas, Tailandia, India, diferentes zonas de África, y también de España, Sudamérica y más, saben que solo Samer les puede proporcionar esos productos especiales que son tan difíciles de conseguir en estas tierras y que les permite saciar esas ansias de degustar los sabores y reconocer los aromas de sus respectivas tierras y culturas.
Muchos israelíes amantes de la culinaria internacional llegan también a su puesto en busca de productos especiales para confeccionar platos fuera de lo común.
Entre sus clientes hay también restaurantes que van directamente a su huerto para comprar flores de zapallitos, pimientos, calabazas y rábanos de todo tipo, y mucho más.
Entre sus clientes se encuentran también personas que llegan por razones de salud, en busca de productos con efectos medicinales.
Un buen ejemplo de ello es el melón amargo, también conocido como calabaza amarga o pera de bálsamo.
Se trata de un vegetal de la familia de las Cucurbitáceas. Su nombre científico es Momordica Charantia, y pertenece a la misma especie a la que pertenecen la calabaza, la sandía, el melón y el pepino.
Algunos estudios han demostrado que puede inhibir el crecimiento de células cancerígenas gracias a sus altos contenidos de antioxidantes, y de reducir los niveles de azúcar en la sangre, por lo que muchos tratan de incluirlo en sus dietas a pesar de su sabor terriblemente amargo para quien no está acostumbrado a consumirlo.
De hecho, se cree que es de los más amargos de todos los vegetales comestibles.
Yo personalmente nunca he encontrado remolachas más sabrosas que las del puesto de Samer, y compro todas sus lechugas, espinacas, albahacas, perejiles, calabazas y más, porque puede olerse aún en ellos el rocío de la mañana y, particularmente, porque sé que han sido cultivados con amor y sin los métodos modernos de ingeniería genética y fumigación.